En este capítulo leemos que son de los últimos momentos en que Jesús acompaña a sus discípulos y aprovecha cada minuto que
esta con ellos. Se calcula que Jesús de Nazaret no vivió más allá de los 33 años, y es precisamente en este relato donde prácticamente se está despidiendo de sus discípulos, dejando instrucciones y dando un panorama de cómo es vivir una vida cristiana, lo cual lo vuelve muy relevante.

Su mensaje es preciso y dirigido a todo aquel que se propone seguirlo. Un mensaje que quiere que lo entendamos y lo entendamos bien. Dice Juan 13:35 “en esto conocerán todos que son mis discípulos, si se tienen amor los unos a los otros…” con esta frase esta sellando lo que dejó como un nuevo mandamiento: “Que os améis unos a otros como yo os he amado” . No es opcional, no es si tengo ganas, no es si me conviene, es un mandamiento.


¿A quién amamos? A nuestros hijos, esposo(a), es lo más factible y normal y que se da de forma natural, y eso esta bien, pero
¿Y aquellos que no son familia? o ¿Personas que no forman parte de mi círculo familiar? Tiene que haber un distintivo invisible pero
palpable: el amor de los unos a los otros. Cuando vamos a una tienda ya sea un supermercado y necesitamos alguna información adicional sobre algún producto buscamos a alguna persona que trabaje ahí, no batallamos, simplemente con ver su uniforme o su gafete, nos damos cuenta que esa persona nos puede ayudar. ¿Cómo se dará cuenta la gente que soy discípulo de Jesús? ¡Exacto! El amor que tengamos los unos por los otros.

Este mundo requiere urgentemente de amor y el Señor no solamente nos pide, nos ordena que el amor sea distintivo de un verdadero discípulo de Cristo. Y ese amor no puede quedarse dentro de las cuatro paredes de mi casa o del templo, la vida cristiana no se limita a quien me convenga amar. Es mi distintivo. Es obedecer un mandamiento. Es vivir como Cristo, “Que os améis unos a otros; como yo os he amado” Juan 13:34

Que el mundo nos conozca que somos discípulos de Jesús, no porque voy todos los domingos a la iglesia o le subo al volumen con los coros cristianos en el vecindario. Va más allá, la gente tiene que distinguirme por ser discípulo de Jesús. Preocuparme por mi hermano en Cristo, orar por él o con él, acercarme en los momentos de necesidad, o sencillamente hacerle una llamada a su celular puede marcar la diferencia. El Señor valora el amor de los unos por los otros.

Esaú López