Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis
unos a otros. Juan 13.34
La Encuesta Nacional sobre Salud y Envejecimiento en México realizó un estudio buscando tener un panorama a la salud mental del sector de la población de 60 años y más, abordando temas como la depresión y la soledad en el adulto mayor, esta encuesta arrojó que en el año 2018 el 39.6% de los adultos mayores presentaban un sentimiento de soledad. En la encuesta realizada en 2021 esta cifra disminuyó solamente un 0.2%. Podríamos pensar que son números pequeños, 39 no es un número tan alarmante y que haya disminuido podría tomarse como algo bueno, pero pongámoslo en una perspectiva más real.
Según el último censo realizado en 2020, nuestro país estaba conformado por 126 millones de habitantes de los cuales 15 millones forman parte del grupo de 60 años y más. De 15 millones de adultos mayores, un 16% de este sector vive en un hogar unipersonal, se hacen cargo de ellos mismos y no comparten la vivienda con nadie. Conociendo estos datos, ¿No parece algo preocupante que un sector tan grande de la población se sienta abandonado? ¿Podría imaginar cuántos adultos mayores a nuestro alrededor podrían estar sintiéndose de esta manera? O ¿Cuántos adultos mayores dentro de nuestra iglesia podrían estarse enfrentando a esta realidad?
Debería esto a movernos a tomar acción y hacer algo para cambiar esta situación, pero siendo como somos siempre vamos a encontrar un ‘pero’ para no poner manos a la obra.
Como hijos de Dios, debemos ser congruentes en nuestro actuar, debemos demostrar lo que decimos creer y nuestras acciones deben coincidir con lo que decimos cuando hablamos a otros de Cristo. Juan 13:34 es prueba de ese llamado a la congruencia que Dios demanda de nosotros, “como yo os he amado, que también os améis unos a otros”.
El amor que recibimos de parte de Dios es un regalo no merecido, no hicimos nada para ganarlo, es por la gracia de Dios que podemos gozar de él, un amor tan grande capaz de darnos la esperanza y fe de que un día nos reuniremos nuevamente con Dios. Amarnos los unos a los otros es un mandato de parte de Dios, no es opcional, es un mandato que debemos cumplir por más difícil que pueda parecer, y es que este mandato de amarnos unos a otros no es únicamente a nuestra familia, nuestros amigos o la gente a quienes tenemos en más
estima, aplica también para las personas con las que nos cuesta convivir, con quienes tenemos diferencias, con las personas que nos retan dentro y fuera de la iglesia.
Amarnos como Jesús nos ha amado implica sacrificio, un amor sacrificial como el que el Padre mostró hacia nosotros al enviar a su único Hijo a morir en una cruz por nuestros pecados. Sacrificio implica dejar nuestro orgullo atrás y amarnos dejando de lado las diferencias que podamos tener, especialmente entre nosotros como miembros del cuerpo de Cristo. ¿Quién sino nuestros hermanos en Cristo para acompañarnos en este camino? ¿No es incongruente no amar a las únicas personas que pueden entender nuestras dificultades en el día a día siendo discípulos de Cristo? ¿No debería intensificarse el amor entre nosotros, el que Dios nos haya hecho parte de un mismo Cuerpo?
Como hermanos en Cristo, la compañía y convivencia debe de fortalecer nuestro espíritu, pero esto no podemos lograrlo si no hay amor
entre nosotros. Volviendo a la problemática inicial, el amor que recibimos de Cristo debe alcanzarnos para compartirlo con otros, reconozcamos la necesidad en las vidas de los adultos mayores dentro de nuestra iglesia, mostremos amor a ellos y acompañémoslos en este caminar en Cristo, hay hermanos que tienen a sus familias lejos y una llamada, una visita o un abrazo podrían
animarlos.
No dejemos que nuestro orgullo y desapego nos hagan abandonar a nuestros hermanos y tengamos presente que ellos han caminado este camino más tiempo que nosotros y que no solo podemos fortalecerlos a ellos, sino que podemos encontrar fortaleza también en la sabiduría de nuestros hermanos.
Honremos y amemos a nuestros hermanos.
Raquel Vázquez
Lamentablemente esta idea no es privativa del mundo secular, con tristeza advertimos como entre la misma población en algunas Iglesias los adultos mayores son sub estimados llegando inclusive a considerarlos en el mejor de los casos como una figura decorativa y en el peor como un mal necesario . Es evidente que el amor del que habla la palabra al menos en este respecto no se cumple.
Totalmente cierto