La promesa de la vida eterna

Juan 15:9-17

De todas las promesas que conocemos en la Biblia, hay algunas que han sido clave en la vida de nuestra familia y que nos han sostenido tanto en momentos de alegría como de dificultad. Podemos nombrar:

1. La Promesa de su presencia: «No te dejaré ni te desampararé» (Deut. 31:6).

2. La Promesa de su provisión: «Mi Dios suplirá todo lo que os falta» (Filip. 4:19).

3. La Promesa de descanso para el alma: «Venid a mí, y yo os haré descansar» (Mateo 11:28).

4. La Promesa de paz en la tormenta: «Mi paz os dejo, no como el mundo la da» (Juan 14:27).

5. La Promesa de fortaleza en la debilidad: «Mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Corintios 12:9).

6. La Promesa de dirección divina: «Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas» (Prov. 3:6).

7. La promesa de victoria sobre el temor: «No temas, porque yo estoy contigo» (Isaías 41:10).

8. La promesa de consuelo en la aflicción: «Él enjugará toda lágrima» (Apoc. 21:4).

9. La Promesa de su fidelidad: «Fiel es el que prometió» (Heb. 10:23).

Sin embargo, fuera de todas estas maravillosas promesas, podemos decir que la más importante de todas es la promesa de la vida eterna. Sin ella, nuestra fe, nuestros principios y convicciones no tendrían ningún sentido en absoluto. Jesús nos dejó una declaración que transforma el propósito de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá» (Juan 11:25). Estas palabras no son solo una afirmación de esperanza; son la base de nuestra fe y el ancla de nuestras almas en medio de un mundo lleno de incertidumbre y sufrimiento.

Cuando reflexionamos sobre la promesa de la vida eterna, nos damos cuenta de que Dios no solo nos ofrece consuelo para el presente, sino también una perspectiva gloriosa para el futuro. Él nos asegura que la muerte no tiene la última palabra, y que a través de Jesucristo tenemos acceso a una eternidad en su presencia. Esta promesa no es exclusiva ni inaccesible. En Juan 3:16 leemos: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, más tenga vida eterna.» La clave está en la fe, en confiar plenamente en que Jesús murió y resucitó para darnos vida.

La vida eterna no comienza cuando morimos; comienza cuando decidimos vivir para Dios. Es un llamado a una relación viva y activa con el Creador. Vivir con esta promesa en mente transforma nuestra perspectiva diaria. Cada decisión, cada palabra y cada acción toman un significado eterno. Te invitamos a que hoy reflexiones sobre la promesa de la vida eterna. Si nunca has puesto tu confianza en Jesucristo como tu salvador, este es el momento perfecto para hacerlo. Abre tu corazón a Él, confía en su sacrificio y recibe su regalo de vida eterna.

Y si ya has recibido esta promesa, recuerda que aún tienes una misión en la tierra: vivir como un reflejo de la esperanza que hay en ti. Sé un faro de luz para aquellos que todavía no conocen la promesa de la vida eterna.

Finalmente, si alguna vez has sentido que esta promesa parece lejana o abstracta, vuelve a acercarte a Dios en oración y comunión con Su Palabra. Porque la vida eterna no es solo un destino, es una realidad que podemos experimentar cada día al caminar con Él.

Camilo y Anna Ramirez